El Corán nos relata las historias de los profetas a fin de que podamos aprender de ellos. Ellos son modelos dignos y sus vidas no son muy distintas de las nuestras. ¿Cuántas veces no nos hemos hundido en una silla o en la cama por desesperación? ¿Cuántas veces nos hemos sentido tan exhaustos física o mentalmente que parece que no podremos continuar ni un segundo más?

El Profeta Moisés fue obligado a huir de Egipto y salir al desierto a enfrentar un futuro incierto. Después de caminar durante más de una semana a través de las arenas ardientes, llegó a un oasis. Fue allí que este hombre honorable ayudó a las mujeres en el pozo antes de arrojarse bajo un árbol e invocar a Dios por ayuda.

Moisés sabía que Dios era el Único que podía librarlo de su difícil situación, así que se volvió hacia Dios, y antes de que su súplica terminara, la ayuda ya estaba en camino. Moisés probablemente esperaba una rebanada de pan o un puñado de dátiles, pero Dios le dio seguridad, provisiones y una familia.

“¡Señor mío! Realmente necesito cualquier gracia que me concedas”. (Corán 28:24)

Hay lecciones para la humanidad a lo largo de la historia del Profeta Moisés. Cuando Moisés fue enviado por Dios para confrontar al Faraón, tenía miedo de no ser capaz de cumplir con las exigencias de Dios, pero en lugar de quejarse o de desesperarse, Moisés se volvió hacia Dios e hizo duá.

“¡Oh, Señor mío! Abre mi corazón [y dame valor], facilita mi misión, suelta el nudo que hay en mi lengua para que comprendan mis palabras”. (Corán 20:25-28)

Después de que Moisés supo del gran mal que su gente había cometido al forjar el becerro de oro, se enojó. Sin embargo, incluso en medio de tal fechoría, invocó a Dios pidiéndole que tuviera misericordia de todos ellos.

“Tú eres nuestro Protector, perdónanos y ten misericordia de nosotros. Tú eres el más Indulgente. Concédenos bienestar en esta vida y en la otra”. (Corán 7:155-156)

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