“… Y no es el varón como la mujer…” (3.36) 

Esto dice Dios en el honrado Alcorán en la aleya 3.46 cuando nace Mariam y su madre le pone ese nombre y se la ofrece a Dios. En ninguna parte del honrado Alcorán se dice que la mujer sea como el varón. En cambio, Dios sí dice, como vemos, que el varón no es como la mujer. Es decir, hay algo que el varón no puede ser y la mujer sí. Pero nada se nos dice que el varón sí pueda hacer o ser y la mujer no. Importa tener esto en cuenta porque, cuando vemos que se habla de la igualdad, suele quedar sobreentendido que se trata de igualar la mujer al varón en el presente esquema social, esquema gestado durante siglos y milenios tomando al varón como patrón o dato básico. 

Según el honrado Alcorán y la realidad misma, si se toma como parámetro de la igualdad al varón, la mujer, y, por consiguiente, la especie, van a salir siempre malparadas, ya que para igualar la mujer al varón hay que despojar a aquella de factores fundamentales, no ya para ella sino para la especie. Pero para igualar el varón a la mujer, en cambio, no habría que disminuir nada a nadie. 

Es decir, debe modificarse el patrón social y político que está en la base de la concepción social y política actual, fundado en el varón y, por el contrario, colocar a la mujer como base de la concepción social y política. Ahora mismo, por defecto y por herencia, aunque el patrón es el varón, ni siquiera somos conscientes de ese hecho. Podemos achacar los males al capitalismo o al imperialismo o a otras causas y no andaríamos errados pero en el punto de origen estaría el haber desplazado de la escala de los fundamentos sociales el factor femenino a un lugar secundario, colocando en esos fundamentos como dato primordial lo que es solo varonil. Sin embargo, como deja bien sentado el honrado Alcorán, no es la mujer la que es auxiliar del varón sino el varón el que es auxiliar de la mujer: “4.34 Los varones (ellos) son responsables del cuidado de las mujeres (ellas) en virtud de aquello con que Dios ha dotado mejor a los unos que a los otros (ba3Dahum 3ala baa3Din) y ello gastando de sus bienes…” porque, aun siendo capacitados ambos en todos los dominios humanos, en la reproducción, toda la carga y labor recae en la mujer y es una carga muy pesada, tal vez la carga de reproducción más pesada de cualquier especie. 

La especie es lo que es porque la mujer soporta esa enorme carga de reproducirse como mamífero y bípedo. Ella debe ser, pues, el patrón social. Todos los dominios de actividad que pueda tener el varón son también dominios de la mujer, pero hay el dominio de la reproducción que es prácticamente exclusivo de ella. Al tomar el patrón masculino se la perjudica de raíz a ella y a toda la especie en su tarea primordial que es la de asegurar un presente y un futuro. 

Eso, como hemos visto, se sienta claramente en el honrado Alcorán, explícitamente en la 4.34, en las aleyas de la herencia, en las que, efectivamente, se la fija como patrón; en la 4.1, en la que se nos manda honrar a Dios y honrar las matrices; y con más detalle, a lo largo del honrado Alcorán en distintas aleyas. Es preciso, en este momento de crisis humana a escala mundial trazar el camino a una sociedad que responda de verdad a la realidad humana y no a una imagen ibliisizada (Ibliis: así es conocida la figura del demonio, de lo perverso y todo lo que incita a él.) de ella. 

En buena lógica, esa función reproductora de la mujer, la capacidad de traer al mundo nuevas generaciones debiera haber hecho a las mujeres las reinas, las estrellas de la sociedad, no por imposición sino por la fuerza de las cosas, de la realidad, como al parecer fue en la fase del matriarcado. Pero desde hace varios milenios, la humanidad no vive en ese matriarcado en que, no es que mandaran las mujeres, sino que sencillamente no se mandaba. Ambos sexos eran soberanos y la sociedad no era una sociedad en la que primaba el poder sino la colaboración. No se trataba de una oposición entre los sexos sino de otorgar el mayor rango social a la colaboración y no a la competencia y la imposición de unos sobre otros. 

La competencia, la imposición de unos sobre otros, es precisamente en lo que nos encontramos inscritos hoy día. La sociedad que nos pinta el honrado Alcorán y el signo que debe gobernar nuestra existencia no se basa en los nombres divinos de poder sino en los que hacen referencia a ar-rahmaan (El Compasivo) y ar-rahiim (El Misericordioso). Los nombres de rahma, de piedad, como lo es la propia matriz (rahim, plural, arham). Mientras sigamos inmersos en la competencia y en el dominio del más fuerte o poderoso, estaremos sujetos a traumas e injusticias sin fin, porque son nuestros propios “valores” los que consagran estos principios. En un mundo en el que el poder es el factor gobernante, la mujer es siempre eminentemente vulnerable y, por consiguiente, todos, por transmisión, vulnerables. El poder y la valía de la mujer no están en la fuerza, como tampoco los del varón, que cuando opta por apoyarse en la fuerza, individual o colectivamente, traiciona a su propia especie a la que Dios coloca bajo el signo de la rahma, la piedad y la misericordia. 

En el honrado Alcorán al qaawy, El Fuerte, es un nombre de Dios y en solo dos ocasiones no hace referencia a Él. Una es en la aleya 27.39, cuando uno de los “tapados” (chinn) se ofrece a Suleiman para traerle el trono de la reina de Saba y dice que para ello es fuerte y fiel, digno de confianza. La otra es en la aleya 28.26, cuando una de las hijas del futuro suegro de Musa, le dice a su padre que le contrate para trabajar, ya que es fuerte y fiel, digno de confianza. 

Vemos, pues, que la fuerza solo es buena cuando se pone al servicio de otros con fidelidad y entrega. La fuerza, en el ser humano, no está hecha para mandar. En realidad tenemos el ejemplo de todos los profetas y varones honrados que aparecen en el sagrado Alcorán, que jamás se imponen a nadie si no es por la convicción, la justicia y la sabiduría de sus palabras y hechos. Su fuerza es un medio con el que sirven a su sociedad y a su gente. Y ese es, en verdad, el poder del buen varón, su capacidad de servir, como la mujer que trae hijos al mundo sirve a su sociedad en lo que es más fundamental. El servicio fiel es la rahma, la piedad a nivel humano. Es así como reflejamos los hermosísimos nombres de Dios ar-rahmaan ar-rahiim. 

¿Cómo podemos ir de una sociedad iblísica, dominada por la vanidad, la presunción y el culto al poder, a una sociedad de la rahma, la piedad y la misericordia? 

Dado el punto en que nos encontramos, en un mundo tan complejo e inmenso en que nada está aislado, sino todo íntimamente relacionado con todo lo demás, quizás nuestro campo de acción más inmediato sea precisamente nuestra propia actitud ante la vida, en los pequeños y en los grandes actos, guiarnos por la rahma y, a nivel social, empezar por considerar y honrar las matrices, al arham. Empecemos una nueva era matriarcal en la que albergar a un ser humano, darle vida de nuestra propia vida, sostenerlo para llegar a eso, sea el primer servicio que se reconoce, se respeta y se honra. Seamos todos madres y demos vida y no pesares a los demás y honremos a esos varones, fuertes, fieles, dignos de confianza, porque fielmente nos sirven y en ellos podemos confiar. Empecemos por nuestro pequeño mundo a creer y a adorar o servir a ar- rahmaan, ar-rahiim

Sin embargo, estamos en un mundo en el que las mujeres tienen que enfrentarse a muchas cosas que no pueden ser, o no sin un esfuerzo desmedido, a muchas cosas a las que, por el contrario, se las obliga a ser, a muchas cosas que se oculta que sean ellas. 

Un musulmán de buena voluntad, después de examinar las cosas desapasionadamente, no puede por menos que reconocer en este boicot a las mujeres un rastro de Ibliis. El varón se somete a Dios, vale, pero solo a cambio de que, a su vez, otro ser adorador se someta a él y, precisamente ese ser que resulta que es como él pero que, además, tiene la capacidad de traer una nueva vida a la existencia , de perpetuar la sociedad, de dar la vida a otros varones. Él, el varón iblisizado, no quiere ser menos ni igual que la mujer, el quiere ser también adorado, aunque sea mal, pero, por favor, que lo adoren porque si no se sentirá castrado. Él quiere poseer a la mujer, meramente como tal varón o adoptando la figura del Estado, o de la moda o del qué dirán. La mujer debe estar sujeta, si no, se acaba el mundo. El tiene que ser el dueño de la mujer y, con ella, de todo lo que puede la mujer y él no puede y debe transformar en debilidad y vulnerabilidad de la mujer eso que le hace diferente de ella. En el esquema iblísico -anititético del esquema profético que nos presenta el honrado Alcorán- esa mentalidad iblísica enferma entraña un castigo, una venganza, un rencor contra la mujer, por ser alguien y por ser alguien que puede ser sin que él le dé su permiso. Hay que humillarla, hay que reducirla a algo desdeñado y poseído. Un auténtico festín para un sicoanalista de esta mentalidad iblísica. 

Frente a eso, Dios nos ofrece a todos los profetas, caballeros ejemplares y de hermosa, valiente y humilde conducta, y nos ofrece además a la mensajera Mariam, a la que Dios eligió, purificó y eligió para las mujeres de los mundos”. Mariam es siempre soberana, nunca da cuentas a nadie sino a Dios y por su soberanía se abre una nueva era de misericordia a la Humanidad. No somos hijos de Ibliis, sino de la rahma. Como Isa, somos esos seres soberanos por gracia divina que le piden a Dios esa mesa servida con los dones de este mundo y del otro por obra de Su infinita piedad. Pero para eso debemos ser como Isa, reconocernos hijos de la mujer soberana, esa que por amor a Dios y no por obediencia a ningún delirio humano, nos concibe, nos permite crecer en su vientre y nos pare. Todos, varones y mujeres, somos hijos de mujer, todos somos sus congéneres que nos aplicamos a servir a la sociedad con lo que podemos, como no dice la aleya 4.34, los varones con toda su disponibilidad, las mujeres con todas esas capacidades que comparte con el varón y, además con su capacidad generosa, hermosa y merecedora de reverencia de perpetuarnos. Y el varón, que se ve libre de la carga, herosa, sí, pero también onerosa de la maternidad, con su generosidad y su disponibilidad y siempre con la amistad, la consideración, la benevolencia y el respeto entre ambos sexos y entre todos los seres humanos. 

Carmen del Río. Licenciada en Ciencias Geológicas,ex traductora en Naciones Unidas,escritora entre otros de «La soberanía de la mujer en el Corán».