Los días pasan y cada vez estamos más cerca del mes de Ramadán, sin duda, uno de los meses más importantes y anhelados cada año, un mes que ocupa un lugar especial en nuestras vidas. La espiritualidad, la generosidad, la compasión y sobre todo la misericordia que caracterizan este mes, no solamente lo hacen único y especial, sino que también lo convierten en una oportunidad maravillosa de reflexión y fortalecimiento de nuestra fe.

Ramadán es un mes colmado de misericordia, un mes en el que Allah ha establecido el ayuno para los musulmanes, y durante el cual se abren las puertas del Paraíso de par en par, y se cierran las del Infierno. Sin olvidar que contiene entre sus noches, una que es mejor que mil meses de adoración, la noche en que fue descendido el Corán como guía y evidencia para la humanidad.

Es importante saber que el ayuno no consiste únicamente en abstenerse de comer y beber, dice el Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él): “Hay personas que no se llevan de su ayuno sino la sed y el hambre”.

¿Cómo logramos entonces posicionarnos entre aquellos que se benefician plenamente de las virtudes de este mes? Lo conseguiremos únicamente si nuestro ayuno es por la causa de Allah, si nos abstenemos de lo material y mundano, si fortalecemos nuestra fe con la lectura del Corán, si ocupamos nuestro tiempo con el recuerdo de Allah, si somos generosos con nuestra riqueza hacia los más necesitados, si sosegamos nuestros corazones con la oración, si nos fortalecemos con la reflexión, el arrepentimiento y la súplica. Entonces, nos encontraremos entre los ayunantes sinceros, entre los que habrán alcanzado la complacencia de Allah.

El ayuno es uno de los actos más íntimos entre Allah y nosotros, sus siervos, y por el cual Allah nos promete una recompensa inmensa; dice Allah: “Todas las acciones del hijo de Adam son para sí mismo excepto el ayuno. Es mío y Yo lo recompenso”.     

 N.B.