El Salat

La oración ritual del Islam, o Salat, es una entidad bien diferenciada. En cierto sentido es diferente a la oración en su sentido más amplio, esto es, al hecho de comunicar tus sentimientos a Dios en cualquier lugar y momento, pedirle Su guía, auxilio y perdón, lo que ordena el Corán y recomiendan otras religiones. La Salat, por el contrario, se distingue por tener una forma y un contenido especiales en los que cuerpo y espíritu se ven implicados armoniosamente. Se realiza cinco veces al día: al alba, al mediodía, a media tarde, al anochecer y por la noche.

La Salat debe hacerse en lugar limpio (en casa, en la mezquita, en un parque, en el lugar de trabajo, etc.), individualmente o en grupo junto con otros musulmanes y/o musulmanas. Uno de los participantes varones guía la Salat y se le llama “imam” (lo que literalmente significa “director”). Cada una de estas cinco oraciones tiene una duración de varios minutos. Solamente la oración semanal del mediodía del viernes debe realizarse obligatoriamente en grupo en la mezquita, y estar precedida del sermón (jutba). El imam no es un sacerdote. Ni siquiera tiene que ser siempre la misma persona quien guíe la oración. Pero al elegir quien habrá de ser el imam se procura que sea un hombre estudios y que conozca el Corán y la religión (personas de negocios, trabajadores manuales, médicos, docentes, etc, y, por supuesto, eruditos religiosos asumen usualmente esta responsabilidad).

Cada oración tiene virtualmente a Dios como audiencia, y se ejecuta en dirección a la Caaba (la primera de las mezquitas, construida por el profeta Abraham y su hijo Ismael para darle culto a Dios Uno en el lugar que largo tiempo después llegaría a ser la ciudad de La Meca, en Arabia). Únicamente, en La Meca, los musulmanes permanecen de pie en círculos concretos alrededor de la Caaba para orar. Es una escena realmente impresionante. En el resto del mundo se reza de pie, formando filas paralelas orientadas hacia La Meca, sin dejar huecos entre los orantes.

La oración comienza con las palabras Allahu Akbar, es decir, “Dios es el más Grande”. Al decir esas palabras, el devoto da la espalda al universo todo y se dirige sólo a Dios. Un elemento imprescindible en todas las oraciones es la recitación de la Fátiha o primera azora del Corán:

En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso. Alabado sea Dios, Señor de los mundos. El Clemente,  el Misericordioso. Dueño del día del Juicio. Sólo a Ti servimos, y sólo a Ti nos encomendamos. Condúcenos por el recto sendero, por el de aquellos a quienes has agraciado, no por el de los execrados ni el de los que andan descarriados.

(Corán 1:1-7)

El resto de la oración consiste en la recitación de pasajes adicionales del Corán, en la inclinación y en la postración a Dios. Al inclinarse el orante afirma con el corazón suplicante: “¡Glorificado sea mi señor el Grandioso!”. Y cuando se reincorpora, en posición erguida, añade: “Allah escucha a quien lo alaba”. Seguidamente se posterna dos veces intercaladas por una sentada, y en cada posternación repite: “¡Glorificado sea mi señor el Altísimo!”. La oración concluye con la postura sentada, reiterando la afirmación de fe (la shahada) y pidiendo la paz de Dios y Sus bendiciones para los profetas Muhammad, Abraham, sus familias y seguidores.  

La oración, preceptiva o superogatoria, es un tesoro espiritual inmenso. Inspira paz, pureza y tranquilidad e infunde un continuo sentimiento de cercanía a Dios y conciencia de Él. Reduce sorprendentemente y hace manejable el estrés de la vida diaria. Al esparcirse cinco veces al día, incluyendo la de la mañana temprano, las oraciones suelen ayudar al devoto a mantener un nivel de bienestar terapéutico y prácticamente no dejan lugar en su consciencia a malos pensamientos o acciones.

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